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A unos treinta kilómetros de la ciudad de Vitoria-Gasteiz se encuentra la localidad de Salinas de Añana. Rara vez los nombres de los pueblos no hacen referencia a algún elemento que las caracteriza y las define, y este caso es una prueba clara de ello. Ocupando el fondo de un estrecho y agosto valle se emplaza una antigua fábrica donde se obtenía un producto que, desde la Edad Media hasta hace apenas un siglo, era como el “oro blanco”, la sal.
Desde nuestra perspectiva actual, resulta casi incomprensible que un elemento tan abundante y de bajo coste pudiera tener la importancia que le estamos atribuyendo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la sal era, y es, indispensable en multitud de procesos industriales y en la alimentación humana y animal, y más cuando todavía no se había desarrollado el frío industrial, ya que era uno de los métodos más efectivos para preservar en buen estado los alimentos. De hecho, la sal ha sido causante de numerosas guerras y paces obligadas, de muertes y encumbramientos, de riquezas y pobrezas, de la creación y la destrucción de ciudades y, como no, de la codicia pero también de las alegrías del ser humano. Para demostrar lo que venimos comentando, sólo hace falta hacer un breve recorrido por la historia de Añana...
Los primeros vestigios de poblamiento en las cercanías de los manantiales de agua salada se remontan hasta hace unos 5.000 años. Desde entonces, sus habitantes fueron adecuándose a los intereses y las particularidades de cada época. En la Edad del Hierro, abandonaron la parte baja de las laderas e instalaron sus viviendas en enclaves elevados y fácilmente defendibles. Ya en tiempos del Imperio Romano, el sistema de poblamiento sufrió un gran cambio. Se crearon importantes ciudades en puntos estratégicos desde los que se controlaban las rutas comerciales. Probablemente debido a la importancia de la sal de Añana, a escasos kilómetros de la explotación, justo bajo la localidad actual de Espejo, surgió una ciudad que es denominada Salionca por el célebre geógrafo Ptolomeo. Su desarrollo económico atrajo a la población del entorno, que abandonó sus lugares de residencia habituales en los antiguos castros, como el de Caranca o el de La Isilla, para ir a habitar a la pujante ciudad.
En torno al siglo V, la ciudad romana fue destruida tras sufrir un gran incendio. Desconocemos si este suceso está relacionado con las invasiones bárbaras que asolaron el territorio, lo que sí han podido documentar los arqueólogos es que Salionca fue abandonada y parte de sus habitantes fueron a vivir y a trabajar al valle salado.
La comunidad que se instaló de forma dispersa en todo el entorno al valle de Haniana, tal y como es nombrada en los textos altomedievales, sufrió un nuevo cambio entre el siglo VIII y la primera mitad del X. Durante ese período, Añana fue el objetivo principal de dos de las expediciones militares de castigo (año 822 y 865) que habitualmente realizaba el ejército musulmán por estas tierras, conocidas en su lengua como Álaba wa-l-Qiba o Álava y los Castillos. Debido a varios factores, entre los que se encuentran la inestabilidad en todos lo ámbitos que caracteriza a estos siglos, así como a la cristalización de los poderes feudales, la gran comunidad que explotaba las salinas se dividió en una red de seis aldeas de funcionamiento completamente autónomo. Cada una de ellas disponía de su propia parroquia, situada en las zonas más elevadas del valle, de su zona de hábitat a media ladera y de un espacio concreto para la producción de sal.
Los concejos de estos núcleos, encabezados por sus aristocracias locales, defendían los derechos de los vecinos ante las agresiones externas e incluso en ocasiones efectuaban donaciones a los monasterios por la salvación de sus almas y el perdón de sus pecados. Gracias a ellas, los monasterios consiguieron acaparar parte de la propiedad del valle salado, hasta el punto de que durante la Edad Media está documentada en Salinas la presencia de más de cincuenta instituciones religiosas.
El fuerte crecimiento de los poderes feudales se vio frenado tanto por las propias comunidades, que nunca perdieron el control del agua salada, como por la fortaleza de los reyes del siglo XII. En concreto, Alfonso I el Batallador concedió en torno a 1114 el primer fuero real del País Vasco. Con esta concesión, con la que el monarca pretendía lograr una buena parte de los enormes beneficios que generaban las salinas, se produjo el último cambio en el poblamiento salinero. En concreto, los vecinos de las distintas comunidades abandonaron sus aldeas de origen para ir a habitar el lugar elegido por el rey para crear la villa real de Salinas de Añana.
Si damos un salto en el tiempo, debemos detenernos en el siglo XIV, cuando monarcas menos poderosos permitieron que Añana acabara en manos de señoríos nobiliarios, primero bajo el dominio del Monasterio de las Huelgas en Burgos y después bajo la autoridad de la familia de los Sarmiento, quienes se convirtieron en Condes de Salinas.
Por último, queremos hacer referencia al monopolio de la sal decretado por Felipe II a mediados del siglo XVI y que finalizó con las reformas borbónicas del antiguo régimen en 1869. Durante esta fase de control estatal, la corona obligó a los productores a cambiar el sistema de producción empleado tradicionalmente. Esto provocó una profunda transformación de todo el valle salado, perteneciendo la mayor parte de las estructuras que podemos observar en la actualidad a esa fase.
Las obras que los propietarios fueron obligados a acometer llevaron a muchos de ellos a la ruina, pero a la larga Añana consiguió grandes ventajas respecto a sus competidoras, puesto que se incrementó notablemente la producción y se logró una sal blanca de gran pureza. De hecho, la Comunidad de salineros presentó su producto en la Exposición Universal de Londres de 1851 y fueron premiados con la mención honorífica y una medalla de bronce.
Cuando el Estado puso fin al monopolio, los salineros recuperaron el control completo de la explotación. Si bien durante un tiempo las perspectivas fueron buenas por la fuerte inversión efectuada y el valle alcanzó su máximo esplendor con más de 5.000 eras de hacer sal en funcionamiento, nada pudo evitar el fuerte declive que se produjo en el siglo XX. La decadencia de la actividad se debió, entre otros factores, a la introducción de mejoras en la producción de las salinas costeras, a la puesta en funcionamiento de métodos industriales en los yacimientos de sal gema y a la instalación de líneas ferroviarias que abarataron el transporte y, por tanto, el precio final de la sal. De este modo, resultaba más barato consumir sal de Torrevieja en Añana que producirla en sus propias salinas.
El estado que presentaba el valle salado a finales del siglo XX llevó a la Diputación Foral de Álava a impulsar la recuperación del conjunto siguiendo el ejemplo de la catedral de Santa María de Vitoria. Por ello, se puso en marcha un Plan Director cuyo objetivo principal era diagnosticar los problemas que ocasionaban su ruina e indicar la forma y el modo más adecuados para rescatarlas, preservarlas, mantenerlas, cuidarlas, usarlas, enseñarlas y, a través de su uso, garantizar su pervivencia.
Ahora bien, ¿qué tiene de especial el valle salado de Añana para realizar este esfuerzo? La respuesta es fácil y no es necesario recurrir a viejos tópicos infundados como el que estamos ante la explotación más grande de Europa, o ante la más antigua o la más productiva. Su importancia radica no sólo en su sorprendente arquitectura, su interés histórico y arqueológico, su valor paisajístico o medioambiental, su geología o su particular biotopo, sino en la suma de todas ellos y su plasmación en un contexto privilegiado.
Además, no hay que olvidar que la villa de Añana es mucho más que su fábrica de sal, pues además de ser la puerta a Valdegovía, cuenta entre su patrimonio con una muralla medieval que se está recuperando, con herrerías, fraguas y hornos en perfecto estado de conservación, con puertas fortificadas, varias iglesias, ermitas e incluso un convento todavía activo que perteneció a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén, varias edificaciones palaciegas barrocas e incluso junto a la localidad se conserva un importante yacimiento de huellas de animales y vegetación perfectamente conservados de hace veintidós millones de años. Por todo ello, Salinas de Añana se convierte, sin duda, en uno de los conjuntos arquitectónicos, paisajísticos y arqueológicos más relevantes de nuestra Comunidad.
Los trabajados realizados por un amplio equipo multidisciplinar durante los cuatro años que duró la ejecución del Plan Director han demostrado que la mejor manera de conseguir que el valle salado renazca es recuperar su actividad y complementarla con propuestas innovadoras que permitan garantizar su mantenimiento futuro. En este sentido, desde el principio fuimos conscientes de que no era factible recuperar el valle para convertirlo únicamente en una fábrica de sal, sino que dicha actividad debe compaginarse con otras de diversa naturaleza que, funcionando de manera simbiótica, aprovechen los valores de la salina y su entorno (arqueológicos, medioambientales, paisajísticos, geológicos, etc.) para regenerarse mutuamente.
Una de las principales actividades que se proponen como motor de la vuelta a la vida del valle es la producción de sal de alta calidad. Apoyándose en la opinión de los mejores restauradores de cocina, que son los que a día de hoy aprecian en mayor medida las cualidades de la sal tradicional, se puede llegar a conseguir que el conjunto de la ciudadanía valore la calidad gastronómica de nuestra sal, situándola en el mercado en el lugar que le corresponde. Este proceso ha permitido a distintas salinas de Europa (como Læsø Sydesalt en Dinamarca, île de Ré, île de Noirmoutier y Guerande en Francia o Maldon, en el condado de Essex de Inglaterra) vivir dignamente de esta actividad milenaria, abriendo un horizonte nuevo tanto para las explotaciones tradicionales como para los salineros que las trabajan.
Como hemos comentado, a la restauración planteada también se incorporan otros elementos y actividades que esperamos ayuden a la puesta en valor de Añana y, al mismo tiempo, cofinancien los trabajos de restauración de su fábrica de sal.
En primer lugar, y aprovechando las condiciones acústicas del valle salado y la espectacularidad de su paisaje, se desarrollaran diversos espectáculos que tendrán como escenario y graderío las propias salinas.
Teniendo en cuenta los resultados del estudio arqueológico, una parte del valle se va restaurar con criterios históricos. De este modo, será posible mostrar la evolución histórico-constructiva documentada en el valle salado. Además, estas zonas podrán producir distintos tipos de sal cuyas características sean similares al producto que se consumía en la Edad Media, Moderna o Contemporánea.
También se instalará en uno de los extremos del valle una planta de generación de energía solar fotovoltaica. De este modo, las eras que tradicionalmente han sido empleadas para captar la energía del sol con el objetivo de evaporar el agua seguirán absorbiendo la luz solar pero, en este caso, para generar tanta energía eléctrica como el municipio de Añana consume en la actualidad.
Un gran número de eras serán restauradas con criterios paisajísticos. Llevarán una capa superficial de cantos rodados que irá colocada sobre una impermeabilización que proteja los entramados de madera y alivie de cargas al conjunto. Así se reducirá su mantenimiento al mínimo y se alargará su vida útil.
El interés que ha mostrado la ciudadanía por la restauración que se está llevando a cabo de durante los diversos programas de visitas que hemos efectuado hasta el momento, ha obligado a plantear las obras de restauración como si de una exposición permanente se tratara. De este modo, entre nuestros objetivos está el compatibilizar los trabajos de recuperación, estudio y producción de sal con las visitas turísticas.
Otro tipo de actividad que ha tenido mucho éxito es la instalación de un paseo terapéutico, también conocido como pediluvio. Su construcción es en cierto modo una petición de los habitantes de la localidad y de la que se pueden beneficiar los visitantes. Con ello pretendemos que los salineros dejen de recordar los aspectos negativos de las salinas y recuperen las propiedades terapéuticas que tiene para el hombre el contacto controlado con el agua salada.
Después de más de una década de trabajo creemos, sin lugar a dudas, que la fábrica de sal de Añana ha pasado de ser una ruina para convertirse posiblemente en uno de los paisajes culturales con mayor potencial de Europa, hasta el punto de tener posibilidades de convertirse, en un futuro esperemos que no muy lejano en Patrimonio de la Humanidad y por qué no, en un punto clave de la dinamización económica y social del occidente alavés.
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